En pocos países del mundo la política y la economía parecen vivir en dimensiones tan distintas como en el Perú. En apenas diez años, el país ha visto desfilar ocho presidentes, desde Ollanta Humala hasta José Jerí, innumerables gabinetes y una sucesión de crisis que habrían paralizado a cualquier nación. Sin embargo, las cifras macroeconómicas cuentan otra historia: la economía peruana, con sus altibajos, sigue siendo una de las más estables de la región, conservando fundamentos sólidos, un sistema financiero saludable, la moneda más apreciada de Latinoamérica y un sector privado que continúa invirtiendo, exportando y generando empleo, incluso en medio del ruido político.

El «terremoto» más reciente, la vacancia de Dina Boluarte

En un contexto en el que la demanda principal de la población giraba en torno a la seguridad ciudadana ante el crecimiento de la extorsión y crimen organizado en el país,  un atentado contra los cantantes de Agua Marina, uno de los grupos musicales más importantes del país, fue la gota que rebalsó el vaso en la misma semana donde los transportistas hicieron un paro por los más de 80 asesinatos de conductores durante este año. 

El jueves 9 de octubre del 2025, el Congreso -que antes se había negado en 7 oportunidades- sentenció la vacancia de Dina Boluarte, quien se despidió con un 97% de desaprobación, por “incapacidad moral permanente” para enfrentar la ola de criminalidad que golpea al país. En su lugar, toma el poder José Jerí, presidente del Congreso, que ha sido cuestionado por una denunciado por violación que fue archivada hace menos de dos meses y por el pedido de pagos ilegales cuando presidía la comisión de Presupuesto.

Jerí dirigirá al país a 6 meses de las elecciones generales y de cerrar un ciclo de desgaste político que ha caracterizado al Perú durante la última década: gobiernos de corta duración, congresos fragmentados y una ciudadanía llena de incertidumbre.

Caen los presidente pero no la economía

El punto de inflexión en este ciclo se ubica en el 2016, cuando la elección de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) prometía estabilidad económica y un regreso al crecimiento sostenido. Sin embargo, los enfrentamientos con un Congreso dominado por el fujimorismo y denuncias por corrupción desembocaron en su renuncia en 2018.

A partir de entonces, el país entró en una espiral política inédita: Martín Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Pedro Castillo y Dina Boluarte ocuparon sucesivamente el poder, cada uno enfrentando su propio contexto de crisis institucional. Las destituciones, vacancias, investigaciones fiscales y protestas se volvieron parte de la rutina política nacional.

No obstante, pese al caos político, el Estado no colapsó ni la economía se desplomó. El Banco Central de Reserva (BCRP) mantuvo su autonomía con Julio Velarde al cargo – tiene casi dos décadas en esa posición-, el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) conservó la disciplina fiscal y los empresarios continuaron operando con una mezcla de pragmatismo y escepticismo que ya forma parte del ADN económico peruano.

En números, la paradoja peruana se sostiene: entre 2015 y 2025, el crecimiento promedio del PBI real ronda el 2.5% anual, afectado coyunturalmente por la pandemia, pero retomando luego su senda de recuperación llegando a 3.3% en 2024 . El BCRP mantuvo una de las tasas de inflación más bajas de la región —cerrando 2024 en 2%— y el sol peruano ha sido una de las monedas más estables frente al dólar en América Latina.

El déficit fiscal, que también se vio presionado por el aumento del gasto social y las medidas de estímulo durante la pandemia, se ha mantenido en torno al 3% del PBI, mientras que la deuda pública se ubica por debajo del 35%. Los sectores minero, agroexportador y financiero han sido los pilares que han sostenido esta estabilidad. La minería, a pesar de las protestas recurrentes, continúa representando más del 60% de las exportaciones nacionales; el agro, impulsado por la demanda internacional de uva, arándano y palta, ha convertido a Perú en un actor global; y el sistema financiero mantiene una de las tasas de morosidad más bajas del continente.

Las exportaciones se vieron potenciadas por megaproyectos como el Puerto de Chancay. Desde su puesta en operaciones parciales, solo entre enero y mayo de 2025, se movilizaron US$ 286 millones en exportaciones por este terminal, principalmente de palta hacia destinos como Europa, China y Estados Unidos. Además, se proyecta que el puerto permitirá reducir los costos logísticos en hasta 20% para los exportadores que envían mercancía hacia Asia, gracias a rutas más directas que evitan demoras y trasbordos. Otra megainversión que ha puesto al Perú en los ojos del mundo es el nuevo Aeropuerto Internacional Jorge Chávez.

Asimismo, cabe destacar al sector tecnológico. Tras el confinamiento y las normativas de distancia social impuestas durante la pandemia, el mercado de tecnología tuvo un repunte importante. Esto llevó a que el comercio electrónico crezca un 30% en el 2023, poniendo a los artículos tecnológicos en el puesto 8 de los productos más comprados por los peruanos. Asimismo, las empresas entraron en un proceso de digitalización, lo que queda claro ya que más del 94% de las pequeñas y medianas empresas (Pymes) en Perú invirtió en tecnología, incluyendo softwares de videollamadas. 

Foto: Gob.pe

El pragmatismo empresarial como motor del piloto automático macroeconómico

El sector privado peruano también ha aprendido a navegar en medio de la incertidumbre. Grandes empresas han adoptado una lógica de “gestión de riesgo político” que prioriza la operatividad y la diversificación antes que la dependencia de políticas públicas.

En los últimos años, las inversiones mineras en proyectos como Quellaveco, Antapaccay o Las Bambas han seguido adelante, mientras que el capital extranjero continúa viendo al Perú como un destino confiable en términos de estabilidad macro. Las empresas medianas y pequeñas, por su parte, han encontrado oportunidades en la digitalización, el comercio electrónico y los nuevos ecosistemas fintech, sectores que crecieron con fuerza desde la pandemia.

El Índice Global de Complejidad Empresarial de TMF Group muestra altibajos, pero un avance sostenido año tras año. En el 2025 Perú se ubicó en el puesto 13, lo que representa un avance en comparación al 2023 y 2024, donde el país ocupó el puesto 7 y 9 respectivamente, y un gran salto en comparación al 2022 donde Perú era considerado el tercer país más complicado del mundo. Todo esto sin colapsar incluso en los momentos más turbulentos, como la vacancia de Castillo o las protestas de 2023. La lógica es simple: mientras las reglas macro se mantengan, los negocios pueden adaptarse al ruido político.

La otra cara: protestas, desigualdad e inseguridad

Sin embargo, esta aparente inmunidad económica no debe ocultar los efectos sociales de la crisis política. Las constantes pugnas entre el Ejecutivo y el Congreso, la falta de continuidad en las políticas públicas y los conflictos sociales en regiones mineras han ralentizado el cierre de brechas.

El año 2023 dejó 50 fallecidos en las protestas contra el gobierno de Boluarte y una sensación de desconexión profunda entre Lima y las regiones andinas. Mientras el PBI crece, la percepción ciudadana de bienestar no lo hace al mismo ritmo: la informalidad laboral sigue por encima del 70%, y más del 25% de la población permanece en condición de pobreza o vulnerabilidad.

A esto se le suma el mayor flagelo de los últimos años: la delincuencia organizada. La inacción de las autoridades y leyes congresales cuestionables, propiciaron una insostenible situación que provocó diversas marchas y paros, siendo los más notorios los organizados por los transportistas, quienes sufrían atentados a diario.

¿Cuánto puede durar este piloto automático?

A una década del inicio de esta seguidilla de gobiernos, Perú ofrece una lección singular: un país puede sostener una macroeconomía sólida incluso sin estabilidad política. Pero también deja una advertencia: el crecimiento sostenido requiere legitimidad, confianza y liderazgo, condiciones que hoy escasean.

Según declaraciones del economista Elmer Cuba al diario El Comercio, la más reciente crisis “no tendrá muchos efectos en el corto plazo”. Todo apunta a que se buscará sostener las condiciones que han mantenido en buen rumbo la economía peruana. Será tarea de José Jerí convertir esta invariable estabilidad en un progreso sostenido.

El Perú de 2025 es, en esencia, una nación contradictoria: políticamente frágil, pero económicamente resiliente. Su fortaleza radica en la institucionalidad técnica construida durante las décadas pasadas y en el pragmatismo de su clase empresarial, capaz de operar incluso sin certeza política.

El desafío hacia el futuro no está solo en mantener los equilibrios fiscales, sino en transformar esa resiliencia en desarrollo inclusivo. Si el país logra que la estabilidad macroeconómica se traduzca en bienestar tangible, podrá convertir una década de crisis en el punto de partida de una nueva etapa de madurez económica. Ese es el gran reto que debe liderar por ahora el nuevo presidente de Perú, José Jerí, a menos de seis meses de las elecciones generales 2026.