Más allá del mate y el asado, las tradiciones argentinas se reparten por todo el largo y ancho del territorio nacional. También, claro, están el tango, las empanadas o el fútbol como referencias de argentinidad. Comidas, músicas, una infusión y bailes son parte de las tradiciones más arraigadas y conocidas por el mundo, pero, también, hay muchas creencias populares, historias que son dadas por ciertas en todo el país pese a que no hay evidencia empírica de ellas. Hay devotos y fieles a estas creencias, qu, boca en boca traspasan las generaciones y las clases sociales. En este artículo, daremos cuenta de algunas de ellas, porque creer, también, es una de las tradiciones argentinas.
A diferencia de los duendes que aparecen en tradicionales mitos populares argentinos, el Pombero solamente habría sido visto en pocas ocasiones. Como lo ilustra la imagen arriba, este misterioso ser tendría los pies invertidos para que sus huellas no puedan ser rastreadas. Quienes dicen haberlo visto, cuentan que su aspecto era como el de un carpincho erguido, parado sobre sus patas de atrás. Otras características especiales serían sus ojos, chatos como los de un sapo, sus cejas muy frondosas, sus dientes blancos como teclas de piano en su enorme boca. De el Pombero se dice que es el señor de la noche, dueño del sol y los pájaros y que suele salir a pasear cuando empieza a hacer calor en la Argentina: durante octubre y noviembre.
La historia de este mito, parte de las tradiciones argentinas, da cuenta de cuando el Pombero se enojó con un hachero en la provincia de Formosa. La leyenda que, con cama y todo, lo sacó de su rancho en la mitad de la noche para dejarlo en el medio del monte. Enojado, el Pombero repitió su accionar hasta que, otra noche, habría golpeado al hachero hasta dejarlo paralítico. El hachero tenía nombre y apellido: se llamaba Marco Gavasa y falleció en 1972. El cuento es que el Pombero quiere a los niños buenos y detesta a los malos y los golpea. Si alguien osa imitar su silbido, el Pombero le responde hasta enloquecerlo, aunque, con ajo, se podría ahuyentarlo.
Si de tradiciones argentinas se habla, la leyenda del Lobizón, cuya imagen ilustra este artículo, no puede quedar de lado. El origen, según se afirma, estaría en la Mesopotamia, en el Noreste Argentino. Se considera el Lobizón al séptimo hijo varón de una familia, cuyos seis hermanos mayores también son varones.
Las características físicas de este ser, popular en las historias de las tradiciones argentinas son la altura, la delgadez y la presencia de mucho pelo. Su carácter es difícil, ya que se dice que se enoja fácilmente. Cuenta la leyenda que el Lobizón se convierte en animal en las noches de luna llena. Para liquidarlo, se dice que hay que dejar una bala bendecida en tres iglesias o un cuchillo con forma de cruz o utilizar una linterna con las pilas vencidas.
No todas las imágenes son masculinas en las leyendas y tradiciones argentinas. Mucha gente en el país venera a la Difunta Correa. El modo de venerarla es dejarle botellas llenas de agua en los santuarios, que suelen estar a la vera de las rutas nacionales.
Cuenta la leyenda que en 1841, Deolinda Correa murió de sed en la provincia de San Juan, cuando pretendía huir de los captores de su marido. La creencia es que Deolinda, al morir, le pidió a Dios que mantenga vivo a su hijo y que el milagro le fue concedido: el bebé pudo alimentarse de sus pechos hasta ser rescatado.
Esta leyenda popular es, tal vez, una de las tradiciones argentinas con más arraigo en el país. Se dice que su mito nació en las rutas del norte del país. La Luz mala también es conocida como Farol de Mandinga (modo de referirse al Diablo).
Según quienes creen en la Luz mala, aparece repentinamente por las noche, en los caminos entre las provincias y encandila a todos. Cuentan que en ella es posible ver el alma de algún muerto cuya alma todavía está en pena.
Si bien las creencias y tradiciones argentinas pueden tener algunas modificaciones a lo largo del territorio nacional, el país está lleno de mitos, historias y leyendas. También de devotos e incrédulos. En la Argentina hay un dicho popular: “creer o reventar”. Tal vez, de eso se trate.